5 Cuentos



LA CAPERUCITA ROJA

Había una vez una dulce niña que quería mucho a su madre y a su abuela. Les ayudaba en todo lo que podía y como era tan buena el día de su cumpleaños su abuela le regaló una caperuza roja. Como le gustaba tanto e iba con ella a todas partes, pronto todos empezaron a llamarla Caperucita roja.

Un día la abuela de Caperucita, que vivía en el bosque, enfermó y la madre de Caperucita le pidió que le llevara una cesta con una torta y un tarro de mantequilla. Caperucita aceptó encantada.

- Ten mucho cuidado Caperucita, y no te entretengas en el bosque.
- ¡Sí mamá!

La niña caminaba tranquilamente por el bosque cuando el lobo la vio y se acercó a ella.

- ¿Dónde vas Caperucita?
- A casa de mi abuelita a llevarle esta cesta con una torta y mantequilla.
- Yo también quería ir a verla…. así que, ¿por qué no hacemos una carrera? Tú ve por ese camino de aquí que yo iré por este otro.
- ¡Vale!

El lobo mandó a Caperucita por el camino más largo y llegó antes que ella a casa de la abuelita. De modo que se hizo pasar por la pequeña y llamó a la puerta. Aunque lo que no sabía es que un cazador lo había visto llegar.

- ¿Quién es?, contestó la abuelita
- Soy yo, Caperucita - dijo el lobo
- Que bien hija mía. Pasa, pasa

El lobo entró, se abalanzó sobre la abuelita y se la comió de un bocado. Se puso su camisón y se metió en la cama a esperar a que llegara Caperucita.

La pequeña se entretuvo en el bosque cogiendo avellanas y flores y por eso tardó en llegar un poco más. Al llegar llamó a la puerta.

- ¿Quién es?, contestó el lobo tratando de afinar su voz
- Soy yo, Caperucita. Te traigo una torta y un tarrito de mantequilla.
- Qué bien hija mía. Pasa, pasa

Cuando Caperucita entró encontró diferente a la abuelita, aunque no supo bien porqué.

- ¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!
- Sí, son para verte mejor hija mía
- ¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes!


- Claro, son para oírte mejor…
- Pero abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- ¡¡Son para comerte mejor!!

En cuanto dijo esto el lobo se lanzó sobre Caperucita y se la comió también. Su estómago estaba tan lleno que el lobo se quedó dormido.

En ese momento el cazador que lo había visto entrar en la casa de la abuelita comenzó a preocuparse. Había pasado mucho rato y tratándose de un lobo…¡Dios sabía que podía haber pasado! De modo que entró dentro de la casa. Cuando llegó allí y vio al lobo con la panza hinchada se imaginó lo ocurrido, así que cogió su cuchillo y abrió la tripa del animal para sacar a Caperucita y su abuelita.

- Hay que darle un buen castigo a este lobo, pensó el cazador.

De modo que le llenó la tripa de piedras y se la volvió a coser. Cuando el lobo despertó de su siesta tenía mucha sed y al acercarse al río, ¡zas! se cayó dentro y se ahogó.

Caperucita volvió a ver a su madre y su abuelita y desde entonces prometió hacer siempre caso a lo que le dijera su madre.
  
LA CENICIENTA

Érase una vez un hombre bueno que tuvo la desgracia de quedar viudo al poco tiempo de haberse casado. Años después conoció a una mujer muy mala y arrogante, pero que pese a eso, logró enamorarle.

Ambos se casaron y se fueron a vivir con sus hijas. La mujer tenía dos hijas tan arrogantes como ella, mientras que el hombre tenía una única hija dulce, buena y hermosa como ninguna otra. Desde el principio las dos hermanas y la madrastra hicieron la vida imposible a la muchacha. Le obligaban a llevar viejas y sucias ropas y a hacer todas las tareas de la casa. La pobre se pasaba el día barriendo el suelo, fregando los cacharros y haciendo las camas, y por si esto no fuese poco, hasta cuando descansaba sobre las cenizas de la chimenea se burlaban de ella.

- ¡Cenicienta! ¡Cenicienta! ¡Mírala, otra vez va llena de cenizas!

Pero a pesar de todo ella nunca se quejaba.

Un día oyó a sus hermanas decir que iban a acudir al baile que daba el hijo del Rey. A Cenicienta le apeteció mucho ir, pero sabía que no estaba hecho para una muchacha como ella.

Planchó los vestidos de sus hermanas, las ayudó a vestirse y peinarse y las despidió con tristeza. Cuando estuvo sola rompió a llorar de pena por no poder ir al baile. Entonces, apareció su hada madrina:

- ¿Qué ocurre Cenicienta? ¿Por qué lloras de esa manera?

- Porque me gustaría ir al baile como mis hermanas, pero no tengo forma.

- Mmmm… creo que puedo solucionarlo, dijo esbozando una amplia sonrisa.

Cenicienta recorrió la casa en busca de lo que le pidió su madrina: una calabaza, seis ratones, una rata y seis lagartos. Con un golpe de su varita los convirtió en un magnífico carruaje dorado tirado por seis corceles blancos, un gentil cochero y seis serviciales lacayos.

- ¡Ah sí, se me olvidaba! - dijo el hada madrina.

Y en un último golpe de varita convirtió sus harapos en un magnífico vestido de tisú de oro y plata y cubrió sus pies con unos delicados zapatitos de cristal.

- Sólo una cosa más Cenicienta. Recuerda que el hechizo se romperá a las doce de la noche, por lo que debes volver antes.



Cuando Cenicienta llegó al palacio se hizo un enorme silencio. Todos admiraban su belleza mientras se preguntaban quién era esa hermosa princesa. El príncipe no tardó en sacarla a bailar y desde el instante mismo en que pudo contemplar su belleza de cerca, no pudo dejarla de admirar.

A Cenicienta le ocurría lo mismo y estaba tan a gusto que no se dio cuenta de que estaban dando las doce. Se levantó y salió corriendo de palacio. El príncipe, preocupado, salió corriendo también aunque no pudo alcanzarla. Tan sólo a uno de sus zapatos de cristal, que la joven perdió mientras corría.

Días después llegó a casa de Cenicienta un hombre desde palacio con el zapato de cristal. El príncipe le había dado orden de que se lo probaran todas las mujeres del reino hasta que encontrara a su propietaria. Así que se lo probaron las hermanastras, y aunque hicieron toda clase de esfuerzos, no lograron meter su pie en él. Cuando llegó el turno de Cenicienta se echaron a reír, y hasta dijeron que no hacía falta que se lo probara porque de ninguna forma podía ser ella la princesa que buscaban. Pero Cenicienta se lo probó y el zapatito le quedó perfecto.

De modo que Cenicienta y el príncipe se casaron y fueron muy felices y la joven volvió a demostrar su bondad perdonando a sus hermanastras y casándolas con dos señores de la corte
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EL CONEJITO SOÑADOR

Había una vez un conejito soñador que vivía en una casita en medio del bosque, rodeado de libros y fantasía, pero no tenía amigos. Todos le habían dado de lado porque se pasaba el día contando historias imaginarias sobre hazañas caballerescas, aventuras submarinas y expediciones extraterrestres. Siempre estaba inventando aventuras como si las hubiera vivido de verdad, hasta que sus amigos se cansaron de escucharle y acabó quedándose solo.

Al principio el conejito se sintió muy triste y empezó a pensar que sus historias eran muy aburridas y por eso nadie las quería escuchar. Pero pese a eso continuó escribiendo.

Las historias del conejito eran increíbles y le permitían vivir todo tipo de aventuras. Se imaginaba vestido de caballero salvando a inocentes princesas o sintiendo el frío del mar sobre su traje de buzo mientras exploraba las profundidades del océano.
Se pasaba el día escribiendo historias y dibujando los lugares que imaginaba. De vez en cuando, salía al bosque a leer en voz alta, por si alguien estaba interesado en compartir sus relatos.

Un día, mientras el conejito soñador leía entusiasmado su último relato, apareció por allí una hermosa conejita que parecía perdida. Pero nuestro amigo estaba tan entregado a la interpretación de sus propios cuentos que ni se enteró de que alguien lo escuchaba. Cuando acabó, la conejita le aplaudió con entusiasmo.

-Vaya, no sabía que tenía público- dijo el conejito soñador a la recién llegada -. ¿Te ha gustado mi historia?
-Ha sido muy emocionante -respondió ella-. ¿Sabes más historias?
-¡Claro!- dijo emocionado el conejito -. Yo mismo las escribo.
- ¿De verdad? ¿Y son todas tan apasionantes?
- ¿Tu crees que son apasionantes? Todo el mundo dice que son aburridísimas…
- Pues eso no es cierto, a mi me ha gustado mucho. Ojalá yo supiera saber escribir historias como la tuya pero no se...

El conejito se dio cuenta de que la conejita se había puesto de repente muy triste así que se acercó y, pasándole la patita por encima del hombro, le dijo con dulzura:
- Yo puedo enseñarte si quieres a escribirlas. Seguro que aprendes muy rápido
- ¿Sí? ¿Me lo dices en serio?
- ¡Claro que sí! ¡Hasta podríamos escribirlas juntos!
- ¡Genial! Estoy deseando explorar esos lugares, viajar a esos mundos y conocer a todos esos villanos y malandrines -dijo la conejita-

Los conejitos se hicieron muy amigos y compartieron juegos y escribieron cientos de libros que leyeron a niños de todo el mundo.

Sus historias jamás contadas y peripecias se hicieron muy famosas y el conejito no volvió jamás a sentirse solo ni tampoco a dudar de sus historias.

LA TORTUGA Y LA COMETA VOLADORA

Érase una vez, un conejito, una ardilla y un ratón que vivían en una aldea muy soleada del bosque. Casi siempre brillaba el sol y todos los animalitos salían a jugar entre las flores y los arbustos con sus juguetes.

El conejito tenía una pelota con la que jugaban a muchos juegos divertidos, la ardilla tenía una cuerda con la que todos saltaban a la comba y el ratón tenía unos cuentos que leía a sus amiguitos cuando todos descansaban después de jugar.

Pasaban las tardes jugando y siempre estaban riendo. Nunca se enfadaban unos con otros, se ayudaban en todo lo que podían y les gustaba compartir sus juguetes y divertirse juntos. Pero un día, todo cambió…

Una familia de animalitos llegó a la aldea. Eran unas tortugas que venían de otro lugar y que buscaban un nuevo sitio donde vivir. La tortuga más pequeña era de la misma edad que ellos y tenía un juguete que nunca habían visto por la aldea. Era un juguete volador con una forma muy extraña. La tortuguita lo hacía volar por toda la aldea mientras los animalitos miraban extrañados. Hasta que un día todos se acercaron a preguntar:
¡Tortuguita, Tortuguita! ¿Qué es ese juguete?
La tortuguita los miró y respondió:
Es una cometa voladora

El conejito, la ardilla y el ratón se sorprendieron de ver aquella cometa y todos querían jugar con aquel juguete tan divertido así que le dijeron:
¡Tortuguita, Tortuguita! ¿Quieres venir a jugar con nosotros y enseñarnos cómo jugar con tu cometa?

Pero la tortuga, muy enfadada, les dijo:
¡No! La cometa es sólo mía. Vosotros no podéis jugar con ella.

Todos los animalitos se entristecieron y se fueron a jugar con sus juguetes mientras veían como la tortuga se divertía con su cometa voladora. No entendían por qué la tortuguita no quería jugar con ellos.

Todas las tardes salían juntos a jugar con la pelota del conejito y la cuerda de la ardilla y siempre terminaban escuchando los cuentos del ratón. La tortuguita no se acercaba a ellos y jugaba sola con su cometa.



Un día, mientras todos los animalitos jugaban juntos, observaron como la tortuga se divertía con su cometa, pero algo ocurrió. De repente, la cometa salió volando y se fue muy muy muy muy lejos y la tortuguita se quedó triste porque no la encontraba por ningún sitio.

El conejito, la ardilla y el ratón vieron como la tortuguita se iba a su casa triste y se dieron cuenta de que en los días siguientes la tortuguita no salió a jugar como acostumbraba.

Todos los animalitos pensaron que la tortuga estaría muy disgustada porque había perdido su juguete así que pensaron que entre todos podrían hacer algo para ayudarla. Una tarde, en vez de salir a jugar con sus juguetes, decidieron salir a buscar la cometa de la tortuguita. Buscaron y buscaron y pidieron ayuda a todos los animalitos del lugar para encontrarla lo más rápido posible hasta que por fin vieron que la cometa estaba en un árbol.

Llamaron a los pajaritos de la aldea para que volaran hasta la cima del árbol y entre todos consiguieron la cometa voladora así que, muy contentos, fueron a buscar a la tortuguita para darle una gran sorpresa.

Cuando llegaron a la casa de la tortuga, todos la llamaron para que saliera:
¡Tortuguita, Tortuguita! ¡Sal con nosotros! ¡Tenemos una sorpresa para ti!

La tortuga salió con el resto de su familia y todos vieron que los animalitos de la aldea habían tenido un gesto muy bello con ellos. La tortuguita, muy feliz, dijo:
¡Es mi cometa voladora! ¡La habéis encontrado!

Los animalitos devolvieron a la tortuguita su juguete tan preciado y muy contentos por lo que habían hecho fueron a jugar.

La tortuguita se quedó jugando con su cometa hasta que sus papás se acercaron y le dijeron:
Tortuguita, los animalitos de la aldea te han ayudado a encontrar tu cometa y se han portado muy bien contigo. ¿Por qué no juegas con ellos y les dejas jugar con ella?

La tortuguita se dio cuenta de que sería mucho más divertido jugar con el resto de animalitos y que a todos los animalitos les haría muy feliz jugar con su cometa voladora así que se acercó a ellos y les agradeció el bonito gesto que habían tenido.

Desde ese momento, todos los animalitos de la aldea jugaron con la tortuguita y compartieron sus juguetes y la tortuga, muy feliz, les enseñó a jugar con su cometa voladora.


EL PERRITO QUE NO PODÍA CAMINAR

Bo era un perrito muy alegre y juguetón que no podía caminar desde que nació porque tenía una parálisis en las patas traseras. Amina, una niña que lo vio al nacer, convenció a sus papás para llevarlo a casa y cuidarlo para evitar que lo sacrificasen.

Bo y su pequeña dueña Amina jugaban mucho juntos. El perrito se esforzaba por moverse usando solo sus patas delanteras y puesto que no podía saltar y apenas moverse, ladraba para expresar todo lo que necesitaba. A pesar de las dificultades, Bo era un perro feliz que llenaba de alegría y optimismo la casa en la que vivía.

Un día los papás de Amina llegaron a casa con Adela,una niña de la edad de Amina que iba vivir con ellos una temporada. Cuando Bo la vio se arrastró enseguida a saludarle y a darle la bienvenida con su alegría de siempre. Pero Adela lo miró con desprecio y se echó a llorar.

Bo no se rindió e intentó hacer todas las tonterías que sabía para hacerla reír, pero no nada funcionaba y Adela no dejaba de llorar.
- No te preocupes, Bo- decían los papás de Amina-. Adela está triste porque viene de un país muy pobre que está en guerra y ha sufrido mucho. Está triste porque ha tenido que separarse de su familia.

Bo pareció entender lo que le decían, porque se acercó a Adela y se quedó con ella sin ladrar ni hacer nada, sólo haciéndole compañía.
La tristeza de Adela fue poco a poco inundando la casa. Todos estaban muy preocupados por ella, porque no eran capaces de hacerla sonreír ni un poquito.

Pasaron los días y Bo no se separaba de Adela, y eso que la niña lo intentaba apartar y huía a esconderse cuando lo veía e incluso protestaba cuando Bo intentaba jugar con ella.
Pero el perrito no se daba por vencido. Cuando Amina estaba, Bo jugaba con ella mientras Adela miraba y, aunque no sonreía, dejaba de llorar cuando Bo jugueteaba y hacía sus gracias.

Un día que Amina no estaba a Bo le entraron muchas ganas de jugar y se le ocurrió intentar que fuera Adela quien jugara con él. Como la niña no le hacía caso, Bo no paraba de moverse y, de pronto, se chocó contra una mesa tan fuerte que se le cayó encima un vaso de leche. El vaso no se rompió porque era de plástico, pero empapó al pobre Bo de leche y lo dejó paralizado del susto.

Adela, cuando lo vio, le quedó mirando al perrito sin decir nada. De repente, se echó a reír, viendo lo gracioso que estaba el perrito lleno de leche con su cara de susto.
Cuando Bo vio que Adela se reía, empezó a lamerse la leche y a hacer más tonterías mientras la niña, sin parar de reír, intentaba limpiarlo con el mantel. Cuando Amina y sus vio lo que se reía Adela se alegró muchísimo, y corrió a decírselo a sus papás. Por fin todos volvían a estar alegres.

A pesar de no ser un perrito como los demás, Bo fue el único capaz de lograr que la alegría y el optimismo volvieran a aquella casa.

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